•Nosotros y el muerto•

El muerto tenía siete hijos. Sólo asistieron tres.
El muerto tenía dos yernos. Sólo asistió uno.
El muerto tenía tres nueras. Sólo asistió una.
El muerto tenía doce nietos. Sólo asistieron dos.
El muerto tenía una esposa que no lloró ni se conmovió frente a su cadáver. Sólo se limitó a usar su cara de piedra (la misma cara de piedra de los últimos 49 años).

La gente empezó a llegar de a una, de a dos, de a tres.
Primero la viuda. Luego la hija mayor con su esposo. Luego el hijo del medio con dos de sus hijas. Se saludaron y tomaron té. Té inglés.
Las chicas recorrieron el lugar con asombro, se sentaron en los sillones, fueron al baño y hasta una se animó a ver el cadáver del abuelo. La otra no. Ninguna de las dos lloró. Y la menor tuvo que contener un ataque de risa nerviosa antes de entrar.
Salieron a caminar, dar una vuelta a manzana, conocer la iglesia y desabastecer un kiosko.

Y fue cayendo gente al baile.
La hermana del difunto, el cuñado, los sobrinos.
Una hermana de la viuda, su esposo, sus hijas, sus yernos.
Otro hijo con su esposa.
Los amigos de los hijos.
Dos amigos de las nietas.
Un grupito de solteronas.
Un vecino.

Había católicos.
Había protestantes.
Había algún ateo.
Y hasta un pseudo musulmán.

Los familiares se trataban como si todo fuese normal.
Los desconocidos se saludaban formalmente.
Los viejos conocidos se daban abrazos largos y se decían *hola* arrastrando la O.
La viuda recibía muchos pésame y abrazos de consuelo.

Hasta que las solteronas se agruparon junto a la estufa.
Las nietas y sus amigos se tiraron a comer en los sillones.
Los hijos se reencontraron con primos y vecinos de la infancia, y se pusieron al día con relatos de hijos, casamientos, divorcios y trabajos.
Uno repitió la historia de la muerte hasta el hartazgo.
Otro contaba anécdotas del fallecido.
El yerno cebaba mate.
Y la hija no se separaba de al lado de su madre.

Y así 50 personas pasaron juntos la noche.
Y todos tomaron café para mantenerse lúcidos.
Y se fueron sumando a la ronda para pasar las horas.
Y dos mujeres cantaron una canción para animar la charla.
Y dos pastores dijeron una oración para reconfortar las almas.
Y las nietas se intoxicaron de papas frias, galletitas, cocacola, caramelos, tutuca y chocolates.

Y los amigos se hicieron más amigos.
Y se reencontraron los que estaban olvidados.
Y se conocieron los desconocidos (esos que se habían visto en algún velorio anterior pero sólo se recordaban las caras).
Y hasta, quien sabe, surgió un amor entre la espera de la mañana.

Nosotros velamos al muerto.
Y el muerto, muerto estaba.
La muerte, olvidada en un rincón, se lamentó de que nadie lo llorara.

L.A

5 voces se mezclaron con mi voz:

La luna dijo...

Qué genialidad la última estrofa.
La escencia siempre es olvidada, y el muerto sigue, a veces en el placard.

Lola dijo...

Creo que en blanco es menos agresivo.

Unknown dijo...

Blanco Ala (L)

A vos que te gusta el consumismo =)

Anónimo dijo...

Qué lindo, Laura! Muy rico todo.

Unknown dijo...

La gente comenzo a encontrarse, a olvidarse. ¿No era importante el muerto? ¿No era importante quedarse con él? Llorarlo y lamenrase de que no esta.

Sí ese fue el motivo de la reunión, que, olvidado, se divirtieron en un acto de tiempo.

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