• No me acuerdo cuál de las dos fue la que tuvo la idea, pero es seguro que alguna pronunció la frase que desencadena este tipo de acontecimientos: "Tenemos que juntarnos".
Mentiría si digo que fue fácil reunir a sesenta y nueve mujeres, lo cual a mi criterio es bastante y mucho más tratándose de un sólo hombre. No voy a negar que muchas se hayan mostrado sorprendidas, algunas horrorizadas, la mayoría reticentes a un encuentro de semejante magnitud, pero pareciera que su nombre posee las cualidades del ábrete sésamo, porque no era necesario más que el simple hecho de mencionarlo para que a pesar de cualquier prejuicio accedieran todas a darse cita en el mismo lugar a la misma hora, detalles que no voy a develar por cuestiones de secreto profesional.
Ni yo ni la pelirroja (la única natural entre muchas coloradas de peluquería, las cuales son fácilmente delatadas por su falta de pecas) supimos en un principio a qué nos ateníamos al momento de proyectar semejante gesta, cualquier cosa podría haber llegado a suceder. Incluso hubo momentos en que presagiamos lo peor: nos vimos a todas tirándonos de los pelos, luchando encarnizadamente por el amor de un ausente, defendiendo con impune mediocridad nuestro lugar en la lista de sesenta y nueve nombres, sesenta y nueve camas, sesenta y nueve formas de amar a un mismo hombre, sabiendo que el lugar en la lista podría ser tanto el primero como el último, lo cual no tendría la más mínima diferencia ni relevancia. Lo cierto es que la curiosidad le ganó a los celos y vernos al fin las caras después de tanto tiempo de jugar a las escondidas con los ojos falsamene cerrados, fue la excusa perfecta para comprobar la sospecha de no saberse únicas. Convengamos en que ninguna pecaba de ingenua y suponer la inexistencia total de esos otros universos paralelos en los que al igual que en el propio se preparaba café y se conversaba sin ropa hasta las tres de la mañana, hubiera sido un síntoma de falta de neuronas. Pero a decir verdad, me atrevo a confesar sin temor a equivocarme que ninguna suponía que el número ascendiera a la cantidad de concurrentes que hubo en la reunión, sin perjuicio de tener en cuenta a las que, sacándo cálculos luego, se podrían encontrar potencialmente incluídas en el grupo de no ser porque no habíamos podido localizarlas.
La pelirroja ofició de anfitriona en un encuentro que quizás no tenía demasiada razón de ser y que las demás intentamos encontrarle sobre la marcha. Nos asombró profundamente ver que algunas nos parecíamos físicamente, que solíamos usar las mismas palabras recurrentes al hablar y que hasta escuchábamos mucha de la misma música. Ahí la socióloga se puso a analizar si las coincidencias se producían porque él nos había elegido con igualdad de criterio o era que habíamos terminado pareciéndonos por el hecho relacionarnos con el mismo hombre. Intervino la psicóloga afirmando un complejo de Edipo no resuelto, el cual seguramente nos llevaría hasta su madre con el mismo lunar en la pierna o idénticas elecciones en el menú de un restorán. Una abogada propuso constituirnos en sociedad para enfrentar cualquier eventualidad legal y una de las más adolescentes hizo correr una hoja para anotar el msn y hasta armar un grupo en Facebook. Entonces sobrevino el nudo central de la cuestión, el cual se resumía en dar a publicidad el encuentro o mantenerlo en la clandestinidad absoluta. A mano alzada votamos por lo segundo (vale aclarar que el método fue sugerido por una docente), ampliamente apoyado por el sector de las que están casadas y previa traducción con una intérprete a una extranjera, que recién había llegado al país desde algún remoto lugar del mundo.
Todas juramos solemnemente fidelidad a la logia que creamos esa misma tarde, salvo yo que a resguardo de la vista de las demás crucé los dedos. Por eso existe este relato, que cuenta todo con pelos y señales, pero probablemente nadie me crea, porque soy escritoria y él dice que me dedico a contar mentiras. •
L.A
La pelirroja ofició de anfitriona en un encuentro que quizás no tenía demasiada razón de ser y que las demás intentamos encontrarle sobre la marcha. Nos asombró profundamente ver que algunas nos parecíamos físicamente, que solíamos usar las mismas palabras recurrentes al hablar y que hasta escuchábamos mucha de la misma música. Ahí la socióloga se puso a analizar si las coincidencias se producían porque él nos había elegido con igualdad de criterio o era que habíamos terminado pareciéndonos por el hecho relacionarnos con el mismo hombre. Intervino la psicóloga afirmando un complejo de Edipo no resuelto, el cual seguramente nos llevaría hasta su madre con el mismo lunar en la pierna o idénticas elecciones en el menú de un restorán. Una abogada propuso constituirnos en sociedad para enfrentar cualquier eventualidad legal y una de las más adolescentes hizo correr una hoja para anotar el msn y hasta armar un grupo en Facebook. Entonces sobrevino el nudo central de la cuestión, el cual se resumía en dar a publicidad el encuentro o mantenerlo en la clandestinidad absoluta. A mano alzada votamos por lo segundo (vale aclarar que el método fue sugerido por una docente), ampliamente apoyado por el sector de las que están casadas y previa traducción con una intérprete a una extranjera, que recién había llegado al país desde algún remoto lugar del mundo.
Todas juramos solemnemente fidelidad a la logia que creamos esa misma tarde, salvo yo que a resguardo de la vista de las demás crucé los dedos. Por eso existe este relato, que cuenta todo con pelos y señales, pero probablemente nadie me crea, porque soy escritoria y él dice que me dedico a contar mentiras. •
L.A
2 voces se mezclaron con mi voz:
Una reunión secreta y setenta y nueve mujeres relacionadas con el mismo hombre, que intriga.
Besos
No manches!! qué buena idea... voy a reunir a todas las novias de mi ex jajaja con en la pelicula The black book jajaja... o mejor voy a convocar a los pocos hombres que hayan estado enamorados de mi... a de ser enriquecedor y divertido jaja
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