Recuerdo del jardín nocturno •

• Recuerdo que sacabamos la cama al jardín cuando caía la tarde, mientras los colores se debatían en el cielo entre el rojo y el celeste. Él acallaba los pájaros con la mirada, ordenaba a los árboles con la voz y con las manos dibujaba arabescos en el aire que los insectos libadores imitaban a la perfección siguiendo su vuelo. Yo me dejaba tender sobre las sábanas de hilo. Me traía ramos de margaritas atados a los hierros de la cama, que dejaba disecar solamente de tanto contemplarlas, porque nunca necesité deshojarlas para saber si me quería. Afuera del jardín, la ciudad hervía como un hormiguero expulsando las personas en el regreso a casa. Y mientras todos volvían, nosotros iniciábamos un viaje de ida hacia las alturas, con el cielo nocturno cubriéndonos la piel encendida, con su dedo mezclando las estrellas para dibujarme constelaciones nuevas y con los pies míos descalzos frotándose insistentemente sobre el césped hasta quedar adormecidos. Entornaba los ojos y sentía la humedad de la tierra acunándome con su perfume, acariciándome en los recodos de mi cuerpo, en las zonas oscuras y los territorios vírgenes. Y cuando me quedaba dormida, la hierba trepaba por las patas de la cama, subía por el edredón y me cubría toda, mientras nacían campanillas blancas y yo soñaba que montábamos unicornios blancos de cabellos azules y que nadábamos en mares dulces. Por la mañana amanecía sola. Los pájaros me llamaban para despertarme de los sueños, los árboles desordenados, los insectos persiguiendo el perfume de las flores: él se había ido. •

L.A