veinte pé •



• "Transparencia del film" de Theodor Adorno. Siempre me causó gracia ese apellido. Siempre imaginé a ese tipo con cabezaa de florero o cara de elefante chino de cerámica. Siempre me dio la impresión de que la madre o la maestra lo tratarían como a un adorno y que le apretarían los cachetes cariñosamente llamándolo "mi adornito".

Pero ahora no estoy leyendo. Finjo que leo. Muevo los ojos, paso las palabras sin pasar, de atrás para adelante y me quedo media hora estancada en la misma página. Se me va a calentar el yogur. Se me va a calentar el yogur y no tengo cucharita. Si en la infancia le daba de beber jarabe a las muñecas con un tenedor, ¿por qué no probar hundirlo ahora en la sustancia cremosa con falso aspecto de frutilla? 

No estoy leyendo, estoy mirando unos ojos. Unos ojos con el mismo color de siempre. Me digo que no debo. Y trato de seguir alguna idea del señor-adorno. Intento. Intento. Pero mis ojos buscan los ojos. No. No de nuevo. Siempre las mismas debilidades. El sistema del tenedor está dando resultado. Pero el yogur se salpica por la boca, a veces gotea en el escote. Por lo menos es sexy.

El de los ojos en cuestión se acerca y me pone ante mis ojos (marrones casi negros, oscuros como la noche) un ejemplar. "Te dejo mi libro para que lo veas", me dice, y yo trato de fingir interés en el rectángulo de tapas ocre para no mirarlo, directamente, a los ojos -parece que la percepción visual es la clave-. Sólo para intentar fingir indiferencia. Hojeo el libro como si me interesara. Leo al azar renglones sueltos de cualquier página. Me detengo en la contratapa, mientras me digo  para adentro que además de ojos, tiene agallas. Que no es de los míos, los que escriben a escondidas y como pidiendo perdón, los que se refugian en el anonimato de un blog sin atreverse a dar la cara, los que llenan cuadernos creyéndose grandes mientras sueñan con que una gran editorial los descubre por accidente. No. Decididamente no. Es de los otros. Los que te interrumpen el almuerzo en la facultad y te ponen el libro en la cara. Los que se animan al rechazo y se aventuran a la conquista. Semejante osadía vale la compra de un ejemplar. Le pregunto cuánto cuesta. Un billete de diez y dos de cinco se escapan de mi billetera. Nunca me salió tan cara una dirección de mail, que ahora encuentro, casi escondida, en algún lugar de las primeras páginas. •

L.A

3 voces se mezclaron con mi voz:

Andy dijo...

Qué lindo comienzo de historia! Quisiera leer la continuación...

Lola dijo...

ANDY:

¿Habrá continuación? Quién sabe...

Quetzal dijo...

Esas cosas con continuación o sin ella no se olvidan...
un abrazo Lola, precioso relato.

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