•El canto de las sirenas•

Un cuento que escribí para la facultad en el taller de Semiología el año pasado:

¡No! ¡No estoy loco! Es verdad lo que estoy diciendo, lo vi con mis propios ojos. ¿Por qué no me creen? ¿Acaso piensan que porque estoy conmovido con lo que pasó voy a inventar toda esta historia? ¡No! ¡Créanme! ¡Yo lo vi a Julián muerto, flotando boca abajo en la pileta del club! ¡Es verdad lo que digo, no estoy loco! No me voy a dar por vencido. Se lo voy a repetir mil veces si es necesario, hasta que por fin me crean. Yo sé cómo murió Julián Casanova.

El martes a las siete acabábamos de terminar el entrenamiento de fútbol cuando, yendo camino a los vestuarios para ducharnos, Julián y yo nos cruzamos con Paula Miguenz, la sobrina del presidente del club. Ella y Julián se miraron muy intensamente al pasar el uno al lado del otro. A Julián hace rato que le gustaba, pero nunca encontraba la oportunidad para acercársele. Esa tarde, mientras nos duchábamos, me habló como es usual, todo el tiempo de ella. El podía describirla con total exactitud, aún sin haberse hablado jamás. Cuando salimos de los vestuarios, la volvimos a encontrar en la cafetería. No sé que le había pasado ese día, pero a pesar de que Julián iba al club desde los nueve años y jamás le había dirigido la palabra, de la nada se sentó junto a nosotros y se puso a conversar como si nos conociera de toda la vida. Yo habré estado con ellos unos diez o quince minutos. Después busqué una excusa cualquiera para irme y aproveché para dejarlos solos. Al fin, después de tanto tiempo, el golpe de suerte de Julián había llegado.

Ese mismo día, pero como a las once de la noche, sonó el teléfono en casa. Era él que me contaba cómo le había ido. La chica resultó ser una simpática total, según me contaba, lástima que no lo había registrado antes. Se enteró que ella practicaba natación en el club después de hora, además de asistir a las clases habituales. Como es la sobrina del presidente, le dieron en permiso y una llave del natatorio para que vaya por la noche a nadar con sus tres amigas.

Parece que en esas horas extra de entrenamiento radica su éxito como nadadoras. Desde hace más de cinco años ganan todas las competencias en las que se presentan y acumulan un número importante de trofeos que se lucen orgullosos en las vitrinas del hall de entrada. Es que “Las Sirenas”, tal como se las conoce en el ámbito local, son el mejor equipo femenino de natación de la provincia, y algunos se atreven a afirmar que del país entero. Incluso hasta llegó a venir gente del exterior a verlas, porque habían oído hablar de su gran velocidad y elegancia en el agua.

El punto es que Julián quería que lo acompañe a verlas. Como cuando ellas entrenaban por la tarde nosotros estábamos en fútbol, ésta era una gran oportunidad para verla nadar a Paula. El plan no me pareció gran cosa, pero como era mi amigo accedí a acompañarlo. Teníamos que encontrarnos el jueves a tres cuadras del club a las nueve y media, escondernos en la oficina de las revisaciones médicas hasta que se hicieran las diez, esperar a que ellas entraran al agua y recién ahí espiarlas desde la ventanita que da a la pileta. Actuamos según lo acordado.

Para pasar media hora de espera, me llevé mi reproductor de música… y también para evitar todos los comentarios estúpidos que solía hacer Julián en este tipo de situaciones. Por momentos era peor que una mujer histérica en crisis.

Las Sirenas llegaron puntualmente a las diez de la noche. Con sus trajes de baño rojos parecían cuatro manchas de sangre en medio de un mundo de agua celeste. Cada una se especializaba en un estilo de nado diferente. Antes de entrar en el agua, ella fijó las series y el tiempo que iban a nadar. Acomodó un cronómetro al borde de la pileta y dio la señal para empezar. Por momentos nadaban todas el mismo estilo. Por otros, cada una uno distinto. En ambos casos, estaban tan bien sincronizadas que parecían cuatro reflejos de una misma persona. Uno, desde afuera, no hubiera podido adivinar quién era cada una si no hubiera visto en qué andarivel se colocaron al entrar.

Nadaban perfecto las Sirenas, pero a mí no me resultaba demasiado divertido (en cambio, a Julián sí). Miré los primeros cinco minutos y después me aburrí. Encendí mi reproductor musical y me acosté sobre la camilla donde el médico realiza los exámenes de admisión a la pileta, con las manos juntas detrás de la cabeza. No tardé mucho en ir entrecerrando los ojos para dormirme una siestita cuando siento que Julián me llama tocándome el hombro. Me saqué un auricular, mientras me dijo con una sonrisa de oreja a oreja: “¡Escuchá cómo cantan!”. Largué una carcajada que él me censuró tapándome la boca para evitar delatar nuestra presencia. “¿Cantan?”, le dije, “¡Pero si están nadando!”. “Sí, están cantando”, me decía Julián, “Escuchalas”. Me saqué el otro auricular para darle el gusto, pero lo único que pude distinguir fue el ruido del agua al moverse, provocado por los movimientos al nadar.

Me volví a colocar los auriculares, dispuesto a retomar mi siesta frustrada. No habían pasado más de cinco minutos, cuando Julián vuelve a llamarme con un sacudón, diciéndome que escuchara el hermoso cantar de las chicas. Yo, fastidiado porque creí que estaba tomándome el pelo, me saqué los auriculares con desgano para comprobar, una vez más, que lo único que se oía era el ruido del agua.

Volví a cerrar los ojos, me acomodé y cambié de canción. Cuando justo estaba llegando al estribillo, escuché un portazo. Me levanté sobresaltado y vi que Julián había salido. Caminaba rodeando la pileta y se proponía pegarse una zambullida. Yo lo observaba desde la ventanita, atónito. Lo veía cómo se sacaba apresurado la remera, las zapatillas y el jean para moverse con más facilidad. Y las cuatro nadadoras, lejos de asombrarse por su presencia, habían interrumpido sus series para flotar a la espera de mi amigo que estaba a punto de tirarse. Las cuatro movían la boca, pero no pude escuchar lo que decían porque seguía con los auriculares puestos. Julián permaneció, por un instante, inmóvil en el borde de la pileta. Miró a Paula con una sonrisa y se tiró de cabeza en la parte más profunda.

Entonces las cuatro se trasladaron hacia allí y comenzaron a nadar en círculos alrededor de donde se había tirado, pero él no volvía a la superficie. Comenzaron a saltar, a sumergirse y a elevarse, a hacer toda clase de piruetas en el agua, pero mi amigo todavía seguía en el fondo. Pasaron dos, cinco, diez, quince minutos, no lo sé. A mí ese tiempo me resultó eterno. Pero permanecí inmóvil. No atiné a hacer nada, como si una fuerza poderosa, superior a mí, me impidiera moverme, ir a buscarlo, o tirarme a la pileta para rescatarlo. Cuando ellas por fin dejaron de hacer contorsiones en el agua y nadaron las cuatro juntas hacia el lado más playo de la pileta, Julián surgió flotando del fondo hacia la superficie, en posición horizontal y boca abajo. No había burbujas, no respiraba. De los oídos le salía sangre que teñía de color rojo escarlata el agua a su alrededor.

Ellas se fueron a los vestuarios como si nada hubiera sucedido. Yo me quedé en la oficina toda la noche, demasiado impactado como para reaccionar. Antes de que amanezca me fui, tratando de no girar la cabeza para evitar ver el cuerpo de Julián que seguía flotando en la pileta. Lo ignoré fácilmente, como si nunca lo hubiera visto. No sé que me pasó. Dicen que puede ser el impacto, los nervios, lo traumático de la situación… no lo sé. Suponen que estoy loco, que estoy delirando, que el shock nervioso me hace pensar cosas que no son, que tengo que limitarme a dormir y a tomar todos los calmantes que me suministran.

Lo encontraron a la mañana siguiente cuando abrieron el natatorio. En su partida de defunción figura “MUERTE DUDOSA”. La versión más simple de la historia indica que se ahogó por inmersión en la pileta. Eso es técnicamente imposible, Julián sabía nadar. Otra voz dice que podría haberse golpeado la cabeza (con eso explican los restos de sangre en los oídos), haber perdido el conocimiento y luego, ahogarse. Podría ser, pero lo curioso es que el forense que hizo la autopsia no pudo localizar ningún golpe en el cráneo. Tampoco nadie se explica qué hacían su ropa y sus zapatillas al lado de la pileta y por qué estaba nadando en ropa interior. Hay algo de todo esto que me resulta aún más extraño: en la mochila que Julián dejó en la oficina y que yo me llevé al irme, encontré un ejemplar de “La Odisea”. Ahora que lo recuerdo, me había dicho que estaba leyendo ese libro, pero nunca le presté mucha atención, ya que los libros no me interesan demasiado.

Yo tengo mi propia versión: las Sirenas son más que simples nadadoras. Lástima que nadie me cree.

L.A

10 voces se mezclaron con mi voz:

Art. dijo...

Jo-der.


Me ha encantado, buenísimo.

Art. dijo...

Pues sí, sinceramente. Y te lo dice alguien que ha tratado de presentarse a varios concursos literarios y aunque he ganado algo de dinero, no creo que me haya salido casi ninguna historia decente.

Si tienes más de esas, seguro que agradecemos verlas ;)

ignaciovexina dijo...

Ya lo dice el titulo de mi blog, soy un hombre caótico jajaja, bueno, ahora, vio, le contesto por acá, que de seguro no se lo espera...
Un abrazo gigante

Unknown dijo...

Me quedé con la duda de esa muerte, muy confusa. Realmente las sirenas serán así. Que mal que no se sacó los audiculares, pudo haber escuchado algo más.

Muy penetrante la historia Lola. Me gustó mucho.

BloodGhost dijo...

O.O

Rosalba Inés dijo...

Laura!! heme aqui, el texto no me pertenece, es de una fotografa...interesante no?
me gustaría leer tus respuestas :)


saludos muchacha azul.--*.*-.*-.-

m a r i e dijo...

tu blog me encanta :)

m a r i e dijo...

en qe facu estudias, y qe?

Unknown dijo...

No sucumbir al canto de las sirenas!!! Ja Ja, me encantó tu cuento. Está bárbaro, de veras.
Me encantó, por suerte no como un canto de sirenas.
Tenés maestría, Laura, para lo cuentos: ¿tendrás más? Ojalá que sí.
Un placer leerte.
Un abrazo.

m a r i e dijo...

Sí, sabía que la carrera de Traductorado Pûblico se da en la Facultad de Derecho, y que aparte tiene las materias de ambas carreras relacionadas. Yo estudio Letras, en la UBA (sede Drago). :)

* * * * * *