Negro sobre blanco
Quiero hablar de algo que no haya dicho nunca. Quiero escribir palabras que no conozca, que se sucedan solas mientras las voy escribiendo, que se intercepten letra por letra con cada golpecito en cada tecla o cada gota de tinta sobre la hoja. Quiero pensar en otros términos. No decir siempre que voy a llorar pero no llorar nunca, ni buscar un par de ojos azules entre las letras del relato, ni andar por ahí a los tumbos con el amor: esquivándole si se acerca, acechándolo si se va. Quizás pueda jugar a ser otra.
No esta que soy, que bien me gusto así como soy, cuando me pongo las manos sobre los pechos y tiro la cabeza hacia atrás, entreabro la boca y pienso que me veo hermosa así, tan llena de mí misma, de mi femineidad que me explota en todos los lugares de mi cuerpo y me hace sentir convexidades bajo la yema de los dedos. Así me descubro y me voy escribiendo toda... cada centímetro de mí está ocupado por alguna palabra, que llevo escrita como un mantra tatuado en negro sobre el terciopelo blanco que es mi piel. •
Tomate •
Setenta y seis mil ochocientos trece
• Subo al colectivo y le entrego al que está sentado en el primer asiento un billete de dos pesos. Acá la gente se saluda, se dice "buenosdías", "buenastardes", "buenasnoches". Ponen cara de conocerse entre todos, de recibir con los brazos abiertos al turista, aunque en verdad yo se que nos maldicen entre dientes por convertir la ciudad en un pandemónico microcentro durante la temporada de verano.
El tipo me da un boleto de papel de colores, de esos a la antigua, con el nombre de todas las secciones y un número que yo me encargo de mirar para ver si sale capicúa. Setenta y seis mil ochocientos trece.
Cuando armé el bolso la premisa fundamental fue hacerlo lo más liviano posible y desechar cualquier cosa que supiera que no iba a usar. Apenas van cinco días y ya tengo la certeza de que hay ropa que va a sobrarme. Lo que creí dejar en la mesita de luz fue la sensación de extrañar al hombre que sí sabía que iba a extrañarme. Una vez más me equivoqué. La muy segura que yo solía ser ahora anda insomne por la casa preguntándole a su sombra qué habrá commido, si tendrá frío, qué estará pensando o con quién dormirá por las noches. Ya agoté todas las palabras que hubiera podido decirle. Ahora sólo necesitaría un rato para acomodarme al lado suyo, olerlo y escucharle la respiración, sólo eso.
Luego me volvería a mis vacaciones. Porque yo también quiero vacaciones, mi cabeza las necesita. Es fundamental que se detenga por un par de días la humareda constante que resulta de mis razonamientos intrincados y dejar que el silencio se lleve todo.
Del sol me escondo porque no me gustan las marcas que me deja sobre la piel, propensa a encenderse como una fruta de verano. Del mar me escapo, no vaya a ser que su ferocidad devoradora termine por seducirme y me convoque a las profundidades. Pero sí me da por subirme a un colectivo, a ver si en una de esas me toca un boleto capicúa y puedo mandárselo en una carta, junto a un mandala y un poema, para hacerle recordar solamente que lo extraño, que con el boleto tenemos todavía un viaje más en ese colectivo que él y yo conocemos, y del que no quisiera bajarme nunca. Ni siquiera en vacaciones. •